ESTILO: Novela dosificada
Relatos fantásticos sobre realidades absurdas
(Primera Dosis -vencida-: LA AVALANCHA, pinche aquí para administrársela)
Segunda Dosis: EL ASCENSO
Este ascensor que no viene… Qué estará pasando esta vez? Decididamente encaro hacia las escaleras, total… debo subir sólo cuatro pisos y ya tengo largo entrenamiento. Que tal me irá si me inscribo en alguna competencia a campo traviesa? Podría preguntarle a la estudiante del posgrado que participa regularmente en esas carreras. Así, si me pasa algo tendría quien me rescate, o notifique a mis deudos. Y como si hubiese escuchado la señal de largada de la maratón, me lanzo al ascenso, zigzageando entre los alumnos sentados en los peldaños, esquivando otros que van subiendo o bajando (los apurados, y los de andar cansino), los tres que están parados charlando, la pareja absorta en sus mimos y arrumacos, y más arriba los que están discutiendo en el descanso (noto los ojos llorosos de ella…), y también no podía faltar el que viene tipeando frenéticamente el celular –este es la variante de escollo más difícil de eludir sin chocárselo-. Trato, al mismo tiempo, de no tropezarme en los viejos escalones de delicado mármol, rotos y desgastados por el transitar de los últimos 50 años. Noto que por la energía con que vengo subiendo, se me desató el cordón del zapato izquierdo. Que oportuno! En el trayecto también cruzo dos palabras ("todo bien?") con los colegas que vienen bajando o subiendo raudamente (transpirados ellos, no yo, por la humedad reinante). Y ya que estamos, voy revisando piso por piso, si está parado allí el ascensor. Pero no… Hoy tampoco tuve la suerte de otras veces.
Continúo la ascención… voy subiendo y subiendo, sin parar… Ni me agito, eh! (pero me preocupa lo que pasará en algunos años más). Me aseguro de que la notebook siga bien calzada y que en mi hombro izquierdo sigan colgados mi mochila con los libros y el bolsito que contiene el preciado tesoro, ese que todos ansiamos pero sólo unos pocos alcanzamos: el cañón multimedia… Noto que voy algo incómodo con todo lo que cargo, pero me reconforto pensando qué bueno que pude comprar este aparato con el otro subsidio para investigación y extensión que ganamos junto con resto de nuestro equipo. La verdad es que ahora me alegra haberme presentado a varios llamados a subsidios de distintas agencias y en haber hecho después el pedido de reformulación del presupuesto que me otorgaron, aunque me llevó bastante tiempo leer los indicativos y llenar cada uno de esos largos y tediosos formularios online e impresos… recuerdo cómo se ralentizaba o caía el sistema cuando se acercaba la fecha límite de postulación, y ni hablar de cuando el software fallaba y había que hablar por teléfono a Buenos Aires. Qué claro tenían a qué sección derivarme, en una larga sucesión muy ordenada, y aunque finalmente me daban instrucciones que no me solucionaban el problema inicial, me respondían con paciencia y me mantenían contenido en el teléfono durante un buen rato, eh! Y a veces hasta me respondían los Emails! Ni me atrevo a pensar quiénes serán los iluminados que diseñaron ese software y esas bases de datos tan "tuneadas", como dice mi hijo. Ahora bien…, para darme un subsidio, realmente necesitarán saber mi grupo sanguíneo, o a qué hora rendí mi Tesis doctoral (me fue difícil encontrar cómo contestar esta última pregunta, por los veinte años transcurridos, así que no tuve otra escapatoria que mentirles levemente en los minutos ( ji-ji! Qué vivo estuve!). El campo ese era de llenado obligatorio, según decía, y total cómo se van a enterar? Ante cualquier requisitoria podría argumentar que entonces tenía atrasado el reloj, no?)? Sí, claro que debe hacerles falta. Posiblemente sea un criterio de evaluación importante, si no para que me van a pedir esa información, no? Pero…, y todos los innumeraaaaaables datos que ya había llenado en la (nos juraron) última-base-de-datos-maestra-y-final? O fue en la misma del año anterior? o la del anterior a ése? Bueh! Cosas de la informática! Lo cierto es que ya no tengo que pedir más el cañón de la Escuela. Había que reservarlo con antelación suficiente (porque es el único que hay destinado a clases de grado) y pagar por el uso (la lámpara es muy cara y, tarde o temprano hay que reponerla, pero lo que cuesta vale…) y por lo menos teníamos subir y bajar una vez por la escalera, hasta donde está el encargado de su resguardo (lástima que el único ascensor que funciona no llega a ese último piso). Y ese periplo se repetía si él no estaba, o si se nos antojaba ir fuera de los horarios acotados que estaban perfectamente fijados en su puerta. Y sí…, había que averiguar antes si el horario de atención era el mismo, salvo que uno subiera sólo por hacer el ejercicio físico. En fin, el médico dijo que me caería bien (y tenía razón: me caí una vez, pero no me hice nada grave, un chichoncito nada más). No sé porqué las autoridades le negaron el dinero al Departamento para comprar un cañón. Debe ser porque en él están comprendidas más de una docena de materias, y tenían miedo que nos peleáramos. Es entendible, porque siempre conviene priorizar la armonía entre pares.
Al dejar la escalera y antes de tomar el pasillo que lleva a mi oficina, esquivo los últimos obstáculos (unos mamotretos hábilmente dispuestos, que parecen esculturas surrealistas) y reviso si se encuentra allí el deseado y falluto ascensor. Efectivamente! Noto que la puerta externa está mal cerrada. Claro! Por eso no bajaba! Ocurre que la hoja corrediza es muy dura y pesada y entonces cuando la cierran desaprensivamente, rebota un poquito al pegar contra el marco. Pero al mirar por la ventanita de esa puerta, quedo boquiabierto al comprobar que también la puerta plegable interior está (totalmente) abierta! A duras penas abro la puerta externa. Veo que el interior de la cabina está un poco sucio, lleno de bolsas con residuos y hay algo de polvo, pelusa, puchos (qué raro, si no se puede fumar en este edificio…), basura suelta y una costra de mugre (dispuesta con una forma de cierto valor artístico) pegada a la goma y a los cromados del piso. Pero por el escobillón y el lampazo húmedo en gasoil que están ahí, deduzco que justo están limpiando, así que seguro va a quedar flamante. Que suerte! Porque me parece que venía gente importante de visita precisamente esta semana. Así verán bien linda a la Facu! Con un esfuerzo final, que me recuerda el tema de la cintura otra vez, cierro la puerta interna y voy empujando la puerta corrediza hasta que finalmente también cierra perfectamente.
De improviso, del baño sale raudamente un jovencito que viene en mi dirección, mientras se acomoda su llamativa gorrita con visera. Nunca lo había visto antes, pero seguro que es un alumno nuevo, porque en la gorra tiene la inscripción: ¨Aguante la Mona¨, lo que demuestra su compromiso a favor de la conservación de alguna especie en riesgo de extinción. Se para a mi lado, me mira de arriba abajo, y me pregunta educadamente: ¨lo va a tomar, tío?¨. Vacilé en responder, porque pensé que tal vez era el hijo menor de mi hermana, que estaba en una visita intempestiva a esta ciudad (viven en el norte, por lo que lo veo sólo de tanto en tanto, y es sabido que los niños pueden crecer de golpe sin que uno lo note). No atiné a responderle antes que en un movimiento sorprendentemente ágil, él abriera, entrara, cerrara y que la cabina partiera súbitamente hacia abajo, con un ruido bastante estrepitoso -ojo, dentro de lo normal- justo hacia el piso en que yo la había llamado hacía un minuto. También escuché algo así como una blasfema, que provino del hueco del ascensor. Se ve que el muchachito no iba justo a ese piso. Bueno!... cómo iba yo a saber? Además, yo creía que el ascensor era para profesores y usuarios con dificultades motrices. Pero se ve que estaba errado (de inmediato trato de borrarme esa idea, porque tal vez podría considerársela discriminatoria. No vaya a ser cosa…). Ahí nomás me asaltó este pensamiento: cómo ingresaría al edificio de la Facultad y cómo y por dónde subiría, si yo tuviese dificultades motrices o fuese un adulto mayor. No, bueno, para qué entretenerme en eso! Si lo de la accesibilidad de los edificios públicos es todavía para otros países y a fin de cuentas, cómo saberlo? Yo no soy arquitecto, ni ingeniero…
(CONTINUARÁ….)
Tercera Dosis: EL PARAISO
Excelente relato, a lo que puedo agregar que no es raro encontrar gente extraña en los pasillos de la facu (aunque debería serlo) o gente que de repente asoma a la puerta de cualquier oficina ofreciendo la venta de lapiceras,seguros de vida,atención médica y demas rubros.El interrogante es ¿quien autoriza el ingreso a toda esta gente?...no deje de escribir, su blog no tiene desperdicio. Felicitaciones
ResponderEliminarMuchas Gracias por el entusiasmo que sus comentarios me acaban de inyectar!!!
ResponderEliminarTodavía recuerdo (de hace muchos años atrás, cdo yo era estudiante), a un Sr. que trabajosamente subía por la escalera a un chico, supongo su hijo, en sillas de ruedas para tomar clases en el Anfiteatro... pasaron veintipico de años... será posible...
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