sábado, 12 de abril de 2008

SERIE: Narrativa Hiperrealista Cruel (1a entrega)

ESTILO: Novela dosificada

Relatos fantásticos sobre realidades absurdas

Primera Dosis: LA AVALANCHA

Son las diez y cinco de la mañana. Acabo de terminar de dictar las dos horas de clase de grado de los martes. Recordándome para mis adentros que debo subir a la web el archivo con la clase de hoy, para que los alumnos lo puedan tener a mano antes de la clase del jueves, desenchufo con mucho cuidado todos los aparatos que usé (parece algo flojo el tomacorrientes) y, antes de guardarlos en sus respectivas fundas, los voy soplando con toda la fuerza que puedo, uno por uno, para limpiarles la tiza, el polvo y algunos restos micrométricos de panelco. Qué puedo hacer para que no se desprenda este molesto aserrín de la mesa de apoyo que, como a las de otras aulas, también le arrancaron el laminado plástico? Afortunadamente a ésta sólo le falta un poco más de la mitad. El resto de la superficie está casi íntegra y con pocos grafittis. Acaso todo ese material extraño que chupan los ventiladores que tienen el cañón multimedia o la notebook, podrá dañarlos? No, seguro que estos equipos están hechos para resistir las condiciones de trabajo normales y mucho más!
Mejor me apuro… porque desde antes que terminara mi clase se viene escuchando con demasiada claridad el incesante ruido de los alumnos que asistirán a la clase siguiente y que están agolpándose, impacientes, afuera. Intento salir del aula como siempre, pero ocurre que el último alumno en irse cerró la puerta. Cómo va a cometer semejante acto de desconsideración! No vio que el picaporte interno no ha sido repuesto aún desde que desapareció (o se salió cuando se cayó el clavito que lo trababa), y no es de hoy que venimos cuidándonos por este tema, hace desde… no me acuerdo bien cuánto tiempo. Debe ser que no se consigue el mismo modelo que que está del lado de afuera. A juzgar por lo antiguo que es, seguro que ya está descontinuada su producción. O será el clavito lo que no consiguen, qué se yo… Entonces, vocifero pidiendo ayuda a los que siento que están charlando afuera. Pero no hay caso, el bullicio allí reinante no les deja oír mis alaridos. Ahora qué hago aquí hasta que alguien se digne a entrar? Pienso, pienso… y entonces me percato que puedo abrir la contrapuerta sacando los pasantes que la traban al piso (en realidad sólo debo quitar uno, porque el otro directamente no está). Ja!... Por algo soy Profesor por concurso en una prestigiosa Universidad Nacional, me vanaglorié para mí mismo…
Cuando logré abrir la puerta, se me abalanzó encima una multitud de pujantes (literalmente) estudiantes. Seguramente era por su gran avidez de conocimientos, ya que la clase siguiente empezaba recién después de transcurrida media hora. La emoción que me embargó por este hecho era tan grande que, al no poder contenerme, a modo de elogio se lo manifesté al alumno que quedó más cerca de mío durante el apretujamiento inicial. "No, profe!..., se equivoca!", me respondió sin detenerse, mientras se encaminaba velozmente hacia el interior del aula, y segundos después, una vez acomodado en un pupitre para zurdos (qué detalle!, se ve que tiene para elegir el que le sirve a sus capacidades), agregó: "Como en los primeros años somos muchos alumnos, si llegamos más cerca del horario de clase, debemos sentarnos en los escalones, o en el piso, o en la falda de algún otro (ahí sonrió y se sonrojó…, y pensé: quien solo se ríe…), o simplemente permanecer de pie, o desistir de quedarnos a la clase, porque no hay asientos suficientes para todos". Ahhh! No pueden imaginarse el alivio que sentí cuando él terminó la frase que, en su frenesí, había dejado inconclusa. Es que en esos interminables instantes, ya me atormentaba la posibilidad de haber invadido el horario de la siguiente clase, o de que un profesor hubiese tomado equivocadamente o ex profeso parte del horario mío (tal vez uno de esos que no consultan oportunamente, como se debe, a todos y cada uno de los responsables de asignar las aulas). Porque, créanlo!, a veces ocurre… Pero únicamente al principio del semestre. Después lo solucionan muy fácilmente, cambiándome a otra aula. Y de esta manera no se repite casi nunca más, en todo el resto del curso de ese semestre.
Salgo al exterior y cruzo a paso vivo el patio externo bajo una tenue llovizna que moja mi más o menos incipiente calva (dejé el paraguas en el laboratorio porque tenía las manos ocupadas!), mientras aprieto fuertemente bajo el brazo derecho mi valiosa y amada notebook. Suerte que con uno de los subsidios para investigación que ganamos me pude comprar finalmente una (me vino de perlas durante mi estadía de perfeccionamiento posdoctoral en USA)!! Nos juntamos como tres equipos de trabajo bien grossos. Difícil… pero rindió sus frutos, y todas las publicaciones científicas que surgieron! Sí, porque eso de desenchufar, trasladar y volver a conectar, de ida y vuelta la CPU, teclado, mouse y cableríos varios, antes y después de dictar una clase, era en primer lugar algo incómodo (será por eso que me dolía el ciático el año pasado cuando terminó el cuatrimestre? No, probablemente eran esos kilitos de más que tenía al comienzo… y la verdad es que me vino bien ese ejercicio dos veces por semana, pero espero que la cintura me deje de doler ahora). En segundo término, tenía que llegar a la facultad casi una hora antes (a veces se me fue la mano y tuve que esperar que abrieran la facu…, que loco!, no…?), sino con todo el traqueteo empezaba un poco más tarde la clase y temía que me saliera negativa la encuesta que llenan los alumnos para el control de gestión docente. Claro, qué van poner los alumnos? si conocen sólo la parte de la historia que tienen a la vista, y un horario hay que respetarlo...
Suena un celular? Es el mío? Sí. Ufa! Justo ahora que vengo embalado y tengo todo bien colgado y sostenido! Al estilo pulpo, miro la pantalla del móvil (se me quedó pegado este término desde mi última estadía como profesor invitado a una Universidad en España) y veo que por suerte es sólo un mensaje de texto de mi hijo menor (tengo dos varones –sorprendentemente, ninguno de ellos quiere seguir la carrera de Biólogo-). Me pide por favor que no me olvide de que hoy tiene un trabajo grupal de Biología (colegio Secundario) y quiere que lo ayude un poco. Cómo negarme? Ya veré como zafo de la reunión que fijaron para la Asamblea Docente, donde analizaríamos la posible adhesión al paro. Cuál fue mi excusa la última vez que falté a una reunión, hace un año? No puedo repetir la misma, a ver si todavía se acuerda alguien? Ah! Sí, ya recuerdo: la del auto descompuesto. Repaso mentalmente algunas posibles excusas creíbles de uso múltiple, y elijo la nunca bien ponderada del entreturno al odontólogo. Hay tantas reuniones y tan seguidas, que a veces tengo que sacrificar alguna!!!. Pero si no ayudo a mi hijo ahora y justamente en Biología -mi especialidad-!, entonces en qué? Aparte, como quedaría mi imagen ante su profesora, que me conoce bien porque fue una excelente alumna mía. Lo anotaré con letra chiquita, pero en rojo, en el lugarcito que quede libre en mi agenda, dentro de las actividades para hoy. Es que no puedo olvidarme y fallarle una vez más. No puede repetirse lo de la oportunidad pasada, cuando no llegué a tiempo por asistir a una conferencia científica, muy interesante, que fijaron a las siete de la tarde en un instituto cercano (qué buen horario! porque para uno es una diversión extra laboral, algo así como ir al cine…). Medito con qué frase original puedo responderle a mi amado hijo, como para que él perciba mi profundo compromiso con sus necesidades? Ya sé: con un dedo (el más hábil) tipeo inspirado: "OK", y oprimiendo el botón respectivo lo remito de inmediato hacia el éter y continúo mi marcha, sin esperar la confirmación del envío.
Envuelto en estos pensamientos llego hasta la puerta del ascensor. Con fe casi religiosa, oprimo el botón de llamado. Pero no viene. Paciencia, esperaré un poco. Seguro que lo está usando alguien. Sigo oprimiendo y esperando, oprimiendo y esperando… y… se ve que no viene, nomás…

(CONTINUARÁ….)
Segunda Dosis: EL ASCENSO

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario!
Si ya tienes una cuenta de Gmail puedes usar tu nombre de usuario y contraseña respectivos. Si no la tienes, la opción más fácil es enviar tu comentario bajo la categoría ¨Anónimo¨, aún cuando tu comentario esté firmado (que sería lo ideal).